Con la marea vacía las olas son realmente pequeñas, son pequeños sonidos que de forma continuada me acompañan en los paseos tempraneros.
De vez en cuando coinciden todas a la vez y el sonido se incrementa algo para después producirse un gran silencio. Un silencio que no es roto por los ruidos de la avenida, donde todavía no han despertado las terrazas, ni por los coches de las calles aledañas, que todavía no se desesperan en atascos.
Son momentos de silencio que permiten conectar con el milagro del movimiento.