Se conocieron por una relación laboral. Solo hablaban por correo electrónico.
Poco a poco la relación fue incluyendo temas de su vida personal. Se sintieron atraídos. Los dos tenían pareja. Los dos sabían que aquello no podía ir a más, no solo por sus respectivas parejas, sino porque no creían que fuera el momento de empezar algo nuevo dejando algo que no iba mal. Se les ocurrió una locura. Quedaron en casa de ella. Él se encontró la puerta abierta y una venda preparada para los ojos como habían acordado. Ella lo esperó en la habitación, desnuda, a ciegas también. Él llegó a tientas. Se acostó a su lado. La besó largo rato. Acarició todo su cuerpo. Besó sus pechos. Su ombligo. Ella sintió ganas de acariciar sus testículos. No se reprimió. Él se acostó encima. Se besaron durante mucho tiempo sintiendo sus sexos unidos. No hablaron. No llegaron al orgasmo. Él no entró en ella. Luego él se levantó, se fue a la puerta, se quitó la venda, se vistió y se fue. Tardaron un día en volver a conversar por correo. Y una semana en recobrar las conversaciones con la normalidad anterior. No hablaron nada de lo sucedido. El encuentro fue tal cual desearon. Nunca más se repitió. Nunca se han escuchado. Al menos con la voz.