sábado, 31 de enero de 2015
Los ojos rojos y húmedos...
Lo he contado muchas veces. Hace ya bastantes años me encontraba en el cementerio San Lázaro por un fallecimiento de un familiar cercano. Además fue una muerte prematura. Fueron unos días dramáticos en mi familia. Estaba sentado en las escaleras de piedra de la entrada. Me encontraba solo. En ese momento llegó un coche furgoneta y se acercó poco a poco a la acera aparcando en la misma fachada del cementerio. Dentro del coche había cuatro monjas vestidas exactamente igual, todas ellas mirando al frente como si llevaran las cuatro el control del coche. El vehículo dio un pequeño tropiezo al tocar con la acera y las cuatro monjas se inclinaron hacia adelante un poquito al unísono. La matrícula se despegó y se quedó caída en la acera delante del coche boca abajo. Yo no pude aguantar la risa en lugar y situación tan comprometidos y metí la cabeza entre las rodillas dando saltitos con mis carcajadas silenciosas por causa de fuerza mayor. Cuando algo no se debe hacer se hace con más ganas... El caso es que a los pocos segundos, antes de recuperarme de la risa, sentí en mi espalda unas palmaditas de "consuelo" de otro familiar mío y sus palabras de "tranquilo, tranquilo...". No levanté la cabeza, por supuesto. Unos minutos más tarde, ya recuperado, me levanté, y el familiar que se acercó a "consolarme" comprobó que tenía los ojos rojos y húmedos...