La sinceridad no es un deber, es un derecho y de dudosa legalidad. En ocasiones no tenemos ese derecho, yo diría que la mayoría de las veces. Cada persona es libre de ser como quiera mientras respete los derechos de otras personas. Empeñarse en ser sincero puede ser una falta de respeto. Presumir de ser sincero puede ser una falta de apreciación hacia ese derecho de las demás personas de ser como quieran. Ser mentiroso no está bien, normalmente nos referimos a las ocasiones en que sacamos provecho de esa mentira a costa de los recursos de los demás. Y esto es una apropiación indebida. Pero ¿qué es la sinceridad? ¿implica que tenga que decirle a una persona que hoy está antipática? ¿dónde nace ese derecho? ¿quién lo ha otorgado? y también ¿quién dice que tengamos la obligación de ser sinceros? de decir qué es lo que estamos pensando, de decir qué es lo que nos tiene tristes, de decir qué es lo que queremos. Mientras no perjudiquemos los derechos de otras personas con nuestro silencio, seguramente a fuerza de ser sinceros serán más las veces que nos entrometamos en la vida íntima de cada persona . Ahora bien, la sinceridad utilizada para regalar apreciaciones bonitas de otras personas se convierte en un don. Un don para acercarnos a los demás, para hacer felices a los demás. Aún así podemos encontrar personas que se sientan invadidas por nuestros piropos por diversas causas, en muchas ocasiones relacionadas con sus propios miedos a aceptar sus cualidades por pensar inmerecidas.