También recordaba la lluvia golpeando el cristal y el paisaje de pinos difuminado visto desde el asiento de enfrente que siempre escogía al subirse.
Él se bajaba una parada antes de su destino para salir junto a ella y recorrer unos metros caminando a su lado mientras imaginaba que iban unidos por la palma de sus manos, en silencio.
Nunca cayó en la cuenta de que ella llevaba un uniforme de una biblioteca que se encontraba una parada antes de bajarse. Ella también buscaba alargar los momentos en que lo veía por las mañanas.
Nunca se hablaron.
Ninguno dio el paso.