Él tuvo que parar su bicicleta.
Ella lo miró, sonrió, abrió los ojos, ladeó la cabeza, se elevó un poco de puntillas y dijo lo siento. Llevaba un mate en la mano, una licra ajustada y una blusa suelta.
Él dijo no pasa nada, para eso es el semáforo y le sonrió. También dijo me acabo de enamorar de ti, pero se lo dijo a sí mismo.
Era argentina, tenía 39 años, daba clases de yoga y había terminado en la isla por amor.
Un rato más tarde él la vio sentada en las rocas mirando al mar y tomando su mate.
Él, con puntualidad británica quiso repetir la escena, pero la de ella, la puntualidad, era argentina.
El sábado pasado, algo más tarde de las 8:30 la vio en el semáforo, junto a ella iba un chico que portaba un bebé en su torso. Se les veía radiantes.
Él cambió su ruta de los sábados.