domingo, 2 de abril de 2023

incluir


No me siento orgulloso de los éxitos de mis hijos ni me siento responsable de sus fracasos. Ambos son méritos de ellos. Me alegraré en un caso y ofreceré mi ayuda en otro. Como padre sé que he hecho lo que he podido y sabido en cada una de las decisiones que haya tomado con respecto a su educación. Sabiendo de antemano que no existen decisiones acertadas ni equivocadas como si fuera un puzzle con un único final posible.

Pero sí me siento orgulloso de una decisión mía: en mi casa no se excluye a nadie que algún miembro de la familia quiera traer. 

Mi hija y mi hijo saben que pueden traer a casa a quien deseen. Y ambos saben que a casa sube cualquier persona que yo desee que lo haga, ya sea a almorzar, cambiarse el bañador o a dormir.

Sin importar el tipo de relación que yo lleve con esa persona ni el tiempo en el que empezó la relación. 

Aunque suene ridículo, en muchas ocasiones se excluye a una persona de un acto por qué cosas hace o no hace y con quién en una cama y desnudos.

Y aunque nunca fui consciente de ello hasta hace un par de años, mis padres siempre han sido así. Siempre han abierto las manos a cualquier persona que yo traiga a casa. La han aceptado sin condiciones. 

Hace unos años se planteó el dilema de la primera noche buena en familia. Y surgió la duda de esa aceptación a sentarse en la mesa de mis padres. Por supuesto la duda no era de ellos. Yo tuve clara la respuesta: si ellos no quieren que tú me acompañes, entonces yo no iré, ya no me sentiría bienvenido.