Claudia estaba sentada en su cama. No podía dormir y ya eran cuatro noches seguidas. A su aspecto pálido habitual se sumaba la palidez del dolor de aquellos días. Desde que su marido había ido a Afganistan sentía un terrible pánico de recibir en cualquier momento una mala noticia. En el aeropuerto antes de irse su marido miró sus ojos marrones, su melena larga y rizada por la que era conocida a quinientos metros de distancia y le dio un tremendo abrazo. Ella sabía que podía ser la última vez que abrazara a su marido. Lloró todo el resto de ese día y todo el día siguiente. Esperaba que eso no afectara al bebé que llevaba dentro. Tan solo pensar que ese bebé no conociera a su padre la mataba. Y como esperaba en sus más íntimos pensamientos sonó el teléfono. Caminó despacio en la oscuridad. No quiso encender la luz para no recordar nada de aquel día. Descolgó. Al otro lado solo se oyeron unas palabras antes de que se desmayara: mañana vuelvo a casa cariño