domingo, 22 de febrero de 2015

La azotea

Caminaba por encima del muro descalza. Desde la calle le gritaban que no saltara. Ella los oía a duras penas. Miraba de reojo y los veía en pequeñito. Allá abajo se divisaban sirenas, cada vez más y de más colores. Cerró los ojos. Suspiró. Pensó en todos esos años de felicidad junto a su hija. La vida se le había llenado por completo. Disfrutaba cada instante con la niña. Sabía que rápidamente crecen y se van de casa. Sabía que disfrutaba de un tiempo prestado gracias a ese milagro que es la vida. Ese milagro que hace aparecer de la nada a una personita. Supo ver a tiempo que lo mejor que le podía regalar a su hija era su tiempo. Y disfrutaron mucho estando juntas. Se tumbaba en el suelo de la habitación a ver cómo jugaba la niña. No hacía nada, solo verla. Solo ser consciente de ese momento irrepetible. La acompañaba cuando merendaba tras llegar del colegio y le acariciaba el pelo y la miraba. Pero todo eso había acabado para siempre de manera artificial y prematura. El destino le había jugado una mala pasada y ahora nada tenía sentido. La muerte de una niña nunca tendrá sentido. Por eso decidió acabar con aquel sufrimiento. Quería algo rápido y seguro. No tenía dudas. Por eso subió a la azotea.