Alrededor de diez años después de ver aquella montaña de regalos en el maletero de mi coche que me impidió mirar bien por el retrovisor y que fuera durante años el recuerdo amargo de la constatación del consumismo de aquellas fechas, volví a encontrarme con el fantasma de las compras navideñas como arma divisoria en la dedicación de tiempos a los que tenemos más cerca.