Pero ahora mismo ella era otra persona.
Y con una determinación que parecía salida del más allá y con una sonrisa en la cara que nadie entendía, cogió lo que se podía echar a perder y lo llevó a casa de su hermana. Se duchó con agua fría entre risas y gritos. Y tiró de ropero. Usó la comida que no necesitaba nevera.
E hizo algo que siempre había querido hacer y nunca se atrevió hasta que las circunstancias de hoy la obligaron.
Se sentó junto a su hija en el sofá a hablar mientras veían como oscurecía de forma natural. Escuchando la lluvia. Tapadas. Con la ventana abierta. Y siguieron hablando a oscuras, que es como más se ven las almas.
Pasaron la noche ahí con la ventana abierta. Querían que el sonido de la lluvia marcara aquel momento y dieron por bueno pequeños despertares durante la noche.