Es, pues, de saber, que alguien llamó a la policía. Y la policía no tardó mucho en venir.
En los últimos metros hasta el lugar indicado se encontraron con las mascaritas en plena acción y unas palabras intercambiaron. Siendo prestos a distanciarse con el cigarro.
Llegados al punto que fue objeto de aviso se encontraron con quien llamó y que había visto la escena anterior por encontrarse en la esquina de ambas calles.
Les dijo a los señores agentes, fueron esos. Y añado que según pasaron la esquina ustedes volvieron a fumar en la mesa de la terraza.
Los policías dieron la gracias y volvieron sobre sus paso pero he aquí la sorpresa... no entraron en la calle del delito.
Hay un orden en las vergüenzas.
Está la vergüenza del que le cogen sin mascarilla. A saber, mínima con unas copas encima.
Está la vergüenza que me dio el ver que, sabiendo que yo seguía allí, la policía siguió de largo.
Y está la vergüenza que siente un policía al multar con 3000€ a quien incumple. En multar a Jonny, que fueron juntos al colegio. En saber que la pandemia terminará pero la vergüenza de la multa sigue en el pueblo. Como se te ocurre a uno de los nuestros, a tu compañero de cole.
Un contagio más o menos es un número anónimo. Jonny y el policía seguirán en el pueblo. Y el gilipollas que llamó no es de aquí, o por lo menos nunca lo había visto el amigo de Jonny