A partir de ese momento preguntaba todos los días por el pájaro y siempre le informaban que ya había sido atendido y que estaba muy bien. Pero lo cierto es que el pájaro había muerto un mes después de que mi padre dejara de verlo.
Nadie cayó en la cuenta de que lo escuchaba cantar desde el sofá.
No dijo nada, llevó el disgusto en silencio y siguió preguntando por el canario todos los días.