miércoles, 29 de enero de 2025

Juanita

Juanita, doña Juana en los años 70, toca a mi puerta. Abro con cuidado porque Valentina sabe que quedan abiertas mi puerta y la de Juanita, y tiene por costumbre darse una vuelta por la casa de mi vecina. Si la llave no está pasada es Valentina quien le abre.

Me da un pan envuelto en papel. Le sobra del menú que compra en el bar. Ya no hace de comer, y por ende sus hijos han dejado de venir a colgarse del platito y el tupper de mamá.

Doña Juana cuenta que me dio clases en el colegio Extremadura. Yo no le corrijo, pero es un falso recuerdo que tiene. Yo la conocí de profesora allí, pero nunca me llegó a dar clases. Mi único profesor fue Don Joaquín.

Cuenta también que su marido murió estando yo en planta trabajando en ese turno. Eso no me acuerdo si fue exactamente así, aunque es verdad que yo trabajaba en esa planta en ese tiempo.
Años después de esa muerte me la encontré de vecina en la puerta de enfrente. Aquí llevamos 22 años frente a frente. Nunca más tuvo pareja. Ha vivido sola los últimos 30 años más o menos.

Siempre presume de las carreras de sus hijos, de sus puestos de trabajo. Hace muchos años que las nietas no vienen a verla. Vive sola con alguna compañía profesional algún día suelto que le ayuda con la casa. 

De vez en cuando me la encuentro emperifollada en el portal del edificio. Y me dice con altivez que hoy sale a almorzar con sus hijos. 

En unos años Juanita morirá, doña Juana. Seguramente veré a sus hijos en el piso. Primero solos, luego con el de la inmobiliaria. Más tarde llegarán nuevos vecinos, con sus historias, con su pasado. Conocerán a Valentina. Igual son una pareja de jóvenes con proyecto de tener niños que un día crecerán y dejaré de verlos allí cuando a mí me falte poco por dejar mi piso para ser ocupado por nuevos vecinos, después de haber sido visitado por el de la inmobiliaria.