En Playa Chica un chico calvo, con barba bien arreglada y un cuerpazo atlético miraba la pantalla donde se veía el atardecer precioso que se estaba perdiendo.
Una chica de ojos azules, o verdes, nunca los distingo bien, hablaba con su pareja en la terraza de la esquina. Tenía algo en la cara que resultaba atractiva.
Un sordo caminaba mirando su móvil y hablaba con lenguaje de signos. No les gusta que les llamen sordomudos me dijo un amigo ciego. Por qué. Pues porque no son mudos, son solo sordos. Ah.
En la esquina de casa Ricardo paré a sacar la foto. Ya me estaba dando pereza sacar la cámara.
En el banco un chica hablaba con su chico. Estaba claramente enamorada. Cómo se sabía. Pues porque no paraba de sonreír, se le cortaba la respiración al escucharlo hablar y suspiraba cuando miraba al horizonte.
Yo saqué la cámara, miré el horizonte y al disparar pensé en una fantasía. De las de dragones. Las nubes y la ambigüedad hicieron el resto.