El viejo era de la Isleta.
El dueño del local era italiano.
El viejo pidió en la barra como siempre hizo en los bares de su barrio.
En este local nadie pide en la barra sino que se sientan en sillitas blancas con cojines granates.
El dueño no lo miró a la cara.
El viejo no vio la impaciencia del dueño.
La chica joven le puso el café. Tampoco lo miró a la cara.
El viejo pagó y se fue.
El dueño y la chica se miraron y suspiraron con complicidad.
El viejo, uno de los nuestros, no sé si volvió.
Esto fue hace meses y no he vuelto por allí. Hoy pasé por delante y me acordé.
miércoles, 17 de agosto de 2016
El café
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)